CUENTO: AÑORANZAS EN PANDEMIA


                A continuación, compartimos con nuestra comunidad del Liceo de Coronel A.S.M el siguiente cuento elaborado por el profesor Leonardo Lepe y dedicado en especial a todos los estudiantes de primer año que tenían  muchas ansias de ingresar presencialmente al liceo pero, que por la contingencia, se han visto postergadas. 

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            Comenzaba otro año escolar, el alboroto de los nuevos estudiantes llenaba los pasillos y las salas. Formar parte del liceo más grande y antiguo de Coronel constituía para muchos un gran privilegio porque ahí habían estudiado también sus padres y porque significaba un salto en su crecimiento personal de nuevos adolescentes, en busca de la independencia y por el permanente desafío de tantos sueños inmediatos y  futuros:  integrar la selección del liceo, formar parte de la orquesta, integrar el taller de teatro, prepararse  para llegar a ser un profesional  en fin encontrar nuevas amistades, conocer nuevos profesores y permanecer algunas horas en el centro de la ciudad.

          La jornada  de la tarde comenzaba a las 14 y 30 minutos y todos nos apiñábamos en las puertas de ingreso del liceo, calculo unos setecientos estudiantes de primero y segundo medio, mi amigo y yo  habíamos esperando con ansias este día , bajamos con bastante anticipación desde uno de los cerros que rodea el centro de la ciudad y que por fortuna ambos quedamos en el mismo curso, por tanto nuestra amistad de años en la misma escuela básica no se vería interrumpida, además vivíamos a un par de cuadras en el mismo sector por lo que no tendríamos dificultades para trabajar en nuestras tareas además que éramos fanáticos del fútbol y   nos juntábamos a jugar los fines de semana en una cancha que miraba desde la altura las industrias  y el mar de nuestro puerto.

           El liceo se había preparado para recibir a sus nuevos estudiantes, los anchos pasillos brillaban al paso de los rayos de sol por los amplios ventanales, de un lado a otro todos circulaban y algunos corrían buscando su sala. El sonar del timbre anunciaba que la jornada comenzaba, treintenas de estudiantes se agolpaban en cada puerta de la fila de salas del pasillo el cual se perdía en la escalinata que daba al segundo piso. De la sala de profesores e inspectoría comenzaron a desplazarse los profesores distribuyéndose en cada una de las salas, una a una se fueron cerrando las puertas y el pasillo fue quedando en silencio, los inspectores apuraban a los rezagados y un auxiliar recogía los primeros papeles de ese año.

          Así transcurrió la primera semana de clases, con mi amigo nos preocupamos de sentarnos juntos, sería un año escolar espectacular, los profesores nos explicaron las materias que veríamos, nos dijeron que era muy importante desarrollar habilidades y que nos evaluarían paso a paso, que era más  importante ver nuestros avances en el aprendizaje  que las notas, en fin hubo cosas que no entendimos mucho pero este primer año en el liceo prometía grandes desafíos y el ambiente era entretenido aún el verano no se retiraba del todo y esa tarde disfrutamos en la plaza con nuevos compañeros.

   Ese viernes, el primero del año escolar, terminó con algunos incidentes, los estudiantes de segundo año protestaban por sus derechos, así que los cursos fueron abandonando el liceo en medio de la algarabía de los grupos de manifestantes y el desconcierto de aquellos que comenzaban su vida estudiantil sin saber realmente que pasaba.     

   Con mi amigo nos despedimos al final de la cuesta donde la bifurcación expande un brazo que termina en el mirador y donde el sol termina por acariciar los techos de las casas, ahí se siente la brisa y se divisa el puerto con sus numerosas embarcaciones de vivos colores como colocadas sobre en un gran remanso, y lejos a un lado y otro del mirador, las altas chimeneas de las termoeléctricas Bocamina y Santa María. Y al centro de la ciudad muy cerca de la plaza también se divisaba los techos del gran edificio del liceo ocupando todo un cuadrante, ¡qué bien se veía el Liceo de Coronel!

      El lunes el liceo abría sus puertas a otra semana de clases, pero ningún estudiante llegó la noticia se había esparcido por la ciudad, la región, el país y el mundo entero generando una ola de incertidumbre, dudas y temores.   Lo que parecía una amenaza lejana del Oriente y Europa ahora se instalaba en Chile. Un virus, el Covid 19, buscaba hospedaje en cualquier humano en especial adulto mayor y cuya salud estuviera en desequilibrio y con patologías crónicas recurrentes principalmente cardiorrespiratorias, el virus amenazaba la vida y se esparcía sin control, esa era la razón, una pandemia. El liceo quedaba en silencio, vacío y la luz que entraba libremente desde la calle ya no se refractaba en los jóvenes cuerpos de los estudiantes y tampoco el eco de sus conversaciones llenaba los espacios de los pasillos y salas. El gran edificio entraba en un letargo inesperado solo interrumpido por las grávidas conversaciones y el caminar presuroso de los directivos del liceo.

    La llamada de mi amigo no se dejó esperar la invitación como tantas veces era a juntarnos a jugar fútbol, que deliciosa oportunidad no había clases y la cancha extendía sus brazos liberando espacios de arcilla y sol, la brisa secaba el sudor, correr, saltar y gol. Esa tarde y otras transcurrieron sin preocupación sólo las noticias invadían los espacios y las cifras alarmaban y rompían la quietud, nuestros padres refugiaban sus temores en vanas conversaciones, los días pasaban con gran lentitud. Corrimos hasta el mirador del cerro y apoyados en su baranda que limita con la pendiente, y que nuevamente nos dejaba ver la plaza, las chimeneas de las termoeléctricas, las embarcaciones en el gran remanso marino y el cuadrante del liceo de Coronel, comentamos que nuestro deseo era volver, estar ahí presentes para calmar nuestros sueños, para conocer y vivir nuestra libertad. Al trote regresamos a la cancha sin saber que esa sería el último encuentro.

    La noche caía sobre Coronel, las sombras cubrían sus calles que desiertas esperaban el toque de queda, el virus acechaba en las multitudes y era necesario evitar los encuentros sociales, el resguardo policial era fundamental. Una luz en el hall del liceo se anunciaba como lugar de servicio de resguardo de la armada, hacia un lado y otro caminaban los uniformados vigilantes atentos que todos se tenían que confinar en sus hogares para así evitar que el virus se propagara en la población. Ahí estaba liceo ausente de la vida estudiantil.

     Con mi amigo comenzamos a comunicarnos vía celular, los primeros días comentamos sobre las pocas clases de esa primera semana del año escolar, pero luego, fueron las guías de trabajo nacidas de un documento que paso a paso intentaba explicar las nuevas materias y las habilidades que había que desarrollar. Sentado frente al computador pase largas horas intentando responder, preguntas sin respuestas a quién consultar, no estaba la profesora y tampoco mis compañeros que no alcance a conocer, por otro lado, mi amigo no tenía computador y era imposible compartir las clases como habíamos vivido en el año anterior, estaba solo frente a una muda pantalla, la tristeza me atormentaba, añoraba estar en el liceo, estrechar a mis compañeros ausentes, escuchar las preguntas de la profesora ausente, si añoraba sentir las risas y conversaciones de mis compañeros. Añoraba regresar a ese cuadrante singular del centro de Coronel, aprender y quizás llegar a formar parte de la selección de fútbol, pero quería estar ahí, en el Liceo de Coronel, vivir mi adolescencia y mi libertad.   

 


Prof. Leonardo Lepe Ulloa.      


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